Según la mitología, el pelícano devolvía la vida a sus hijos muertos hiriéndose a sí mismo y rociándolos con su sangre. (Cfr. SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías, 12, 7, 26, BAC, Madrid 1982, p. 111). Cristo, como el pelícano, abrió su costado para salvarnos alimentándonos con su sangre. Es por eso que el pelicano aparece en el arte cristiano, en tabernáculos, altares, columnas, etc.
Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo
sanguine...
Señor Jesús, bondadoso pelícano, a mí, inmundo, límpiame con tu
sangre, de la que una sola gota puede salvar de todos los crímenes al mundo
entero1.
Cuenta una vieja leyenda que el pelícano devolvía la vida a
sus hijos muertos hiriéndose a sí mismo y rociándolos con su sangre2.
Esta imagen fue aplicada desde muy antiguo a Jesucristo por los cristianos. Una
sola gota de la Sangre Santísima de Jesús, derramada en el Calvario, hubiera
bastado para reparar por todos los crímenes, odios, impurezas, envidias..., de
todos los hombres de todos los tiempos, de los pasados y de los que han de venir.
Pero Cristo quiso más: derramó hasta la última gota de su Sangre por la
humanidad y por cada hombre, como si solo hubiera existido él en la tierra: ...este
es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será
derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados,
dirá Jesús en la Última Cena, y repite cada día el sacerdote en la Santa Misa,
renovando este sacrificio del Señor hasta el fin de los tiempos.
Al día
siguiente, en el Calvario, cuando había ya entregado su vida al Padre, uno de
los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua3,
la última que le quedaba. Los Padres de la Iglesia ven brotar los sacramentos y
la misma vida de la Iglesia de este costado abierto de Cristo: «¡Oh muerte que
da vida a los muertos! –exclama San Agustín–. ¿Qué cosa más pura que esta sangre?
¿Qué herida más saludable que esta?»4. Por ella somos sanados.
Santo Tomás de Aquino, comentando este pasaje del Evangelio,
resalta que San Juan señala de un modo significativo aperuit, non vulneravit,
que abrió el costado, no que lo hirió, «porque por este costado se abrió para
nosotros la puerta de la vida eterna»5. Todo esto ocurrió –afirma el
Santo en el mismo lugar– para mostrarnos que a través de la Pasión de Cristo
conseguimos el lavado de nuestros pecados y manchas.
Los judíos consideraban que en la sangre estaba la vida.
Jesús derrama su sangre por nosotros, entrega su vida por la nuestra. Ha
demostrado su amor por nosotros al lavarnos de nuestros pecados con su propia
sangre y resucitarnos a una vida nueva6.
San Pablo afirma que Jesús
fue expuesto públicamente por nosotros en la Cruz: colgaba allí como un anuncio
para llamar la atención de todo el que pasara delante. Para llamar nuestra
atención.
Por eso le decimos hoy, en la intimidad de la oración: Señor Jesús,
bondadoso pelícano, a mí, inmundo, que me encuentro lleno de flaquezas,
límpiame con tu sangre...
1
Himno Adoro te devote. — 2 Cfr. San Isidoro de
Sevilla, Etimologías, 12, 7, 26, BAC, Madrid 1982, p. 111. — 3
Jn 19, 34. — 4 San Agustín, Tratado
sobre el Evangelio de San Juan, 120, 2. — 5 Santo
Tomás, Lectura sobre el Evangelio de San Juan, in loc., n. 2458. —
6 Cfr. Apoc 1, 5. —
Meditaciones sobre la Sagrada Eucaristia
VI. «Señor Jesús, Límpiame...»
VI. «Señor Jesús, Límpiame...»
Autor:
Padre Francisco Fernández Carvajal
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