“He llegado al tiempo en el cual la edad y la enfermedad me envían
una clara señal de que es hora de apartarse de las cosas de la Tierra
para prepararme a la próxima llegada del Reino. Prometo mis oraciones
para todas vuestras preguntas irresueltas. Pueda Jesús responder a los
interrogantes más profundos en el corazón de cada uno de vosotros”.
Hablaba así, abierto y paternal, el cardenal Carlo Maria Martini,
arzobispo de Milán durante dos décadas, muerto ayer de Parkinson con 85
años. Con estas frases, el 24 de junio, se despedía de los lectores del
Corriere della Sera, desde cuyas columnas cada domingo contestaba a sus
cartas llenas de observaciones y dilemas éticos y de fe. Lo hizo durante
tres años, y hasta que tuvo fuerzas, con palabras humanas y sencillas.
Culto, exégeta del Antiguo Testamento, autor de numerosos libros,
traducciones y escritos, supo hablar a las personas, católicas y no,
visitaba habitualmente las cárceles y, a pesar de que a menudo no
llevara el gorro purpúreo, conquistó una autoridad tal que cuando, en
1984, las Brigadas Rojas quisieron reanudar el diálogo con el Estado,
fueron a entregar las armas en su curia.
Italia acogió conmovida la noticia del fallecimiento de una de las
voces más valientes y rompedoras en el seno de la Iglesia contemporánea.
Una voz que siempre se levó para fomentar el diálogo entre las
religiones, la judía y la musulmana, justo en la ciudad clave de la
retórica xenófoba de la Liga Norte. Las campanas de su antigua Diócesis
sonaron al unísono para anunciar su fallecimiento y el lunes, día del
funeral en el Duomo, será luto ciudadano.
Martini se retiró en su vida íntima para prepararse ante la muerte, y
cuando estaba cerca, la eligió digna y natural: “Rechazó cualquier
encarnizamiento terapéutico y se mantuvo lúcido hasta el último
momento”, contó su neurólogo. “Tras una última crisis, en agosto, no
podía engullir. Pero rehusó la alimentación forzada con tubitos y sondas
gastrointestinales”, contó el doctor.
Martini nació en Turín en 1927, con 17 años entró en la Compañía del
Jesús para estudiar Filosofía y Teología. Fue ordenado sacerdote en
1952. Paolo VI le nombró Rector de la Pontificia universidad Gregoriana.
Giovanni Paolo II, lo destinó a guiar la diócesis de Milán y el día de
Reyes de 1980, en San Pedro, le ordenó obispo. En febrero, Martini toma
las riendas de su Diócesis. Enseguida puso en marcha una serie de
meditaciones —la Escuela de la palabra— sobre la Biblia que conducía en
público en la catedral, con el objetivo de acercar las Escrituras a las
personas. La iniciativa tuvo mucho éxito y resonancia. En 1983, Woytila
le hizo cardenal. Tres años más tarde, en Varsovia, fue elegido
presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas. Luego,
lanzaría la cátedra de los no creyentes: ciclos de charlas donde
dialogaba con laicos del mundo de la cultura, la política y las
instituciones: “Cada uno guarda en sí a un creyente y a un no creyente
que se interrogan recíprocamente”, dijo en la primera cita. Martini
recibió en 2000 el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.
En abril de 2002 obtuvo de Juan Pablo II el permiso de jubilarse, a
pesar de que el Pontífice le invitara a quedarse un tiempo más. Su deseo
era irse a Jerusalén para profundizar en sus estudios bíblicos. Y se
fue. En 2005 iría a Roma para elegir en la silla de San Pedro a Joseph
Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI. En aquellos días de Concilio,
algunos observadores especulaban que el mismo Martini fuera uno de los
posibles sucesores de Woityla. No fue así. Volvió a Italia en 2008, ya
anciano y bastante afectado por la enfermedad. Se retiró en una
residencia de jesuitas a las afueras de Milán, donde pasó los últimos
años estudiando, dando charlas y escribiendo.
Hace pocos meses salió Creer y conocer, fruto de una
conversación con el exponente del Partido Democrático (centro
izquierdas) Ignazio Marino. Un último libro que encendió el debate en
Italia. En esas páginas, suerte de testamento ético, Martini encara con
la valentía y humanidad que le caracterizaban los temas más espinosos
que parecen contraponer la Iglesia a la sociedad contemporánea: el
aborto y el principio de la vida; la fecundación asistida y la donación
de los embriones; el uso del preservativo y la homosexualidad; la
eutanasia. “Nunca, en él, el dogma venció sobre la vida real —comentó el
teólogo Vito Mancuso—. Nunca la letra mató al espíritu. Martini fue uno
de los ejemplos más límpidos del catolicismo liberal y no dogmático”.
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