Me contaron en cierta ocasión un cuento precioso. Seguro que el paso del tiempo ha coloreado y transformado en mi memoria, algunos de sus detalles, pero no tengo duda de que en esencia decía lo que a continuación os relato.
“Hubo en la carpintería una extraña asamblea; las herramientas se reunieron para programar su futuro y, como paso previo, creyeron que era éste un buen momento para arreglar sus diferencias. El martillo se ofreció con rapidez para moderar los debates, pero la asamblea no aceptó.
¿La causa? Todos habían recibido en diversas ocasiones algún golpe de él. El martillo reconoció su culpa, pero pidió que se fijaran en los defectos de los otros posibles candidatos, por ejemplo el tornillo: “es
demasiado retorcido y hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo” –dijo-.
El tornillo aceptó su retiro, pero a su vez pidió la renuncia de la lija:
“era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás”.
La lija estuvo de acuerdo, con la condición de no aceptar la candidatura del metro, pues se la pasaba midiendo a los demás, como si él fuera perfecto…
En esto entró el carpintero, colocándose el delantal inició su trabajo.
Utilizando con destreza ahora el martillo, luego el metro, más tarde el tornillo, la lija… transformó unos trozos de madera en una mesa preciosa.
Al caer la tarde, cuando la carpintería quedó sola otra vez, la asamblea reanudó la deliberación. El serrucho, habitualmente muy cortante en sus intervenciones, habló en esta ocasión con mesura y, con una mal
contenida alegría a la vista de la nueva mesa –dijo-: “Señores, todos tenemos defectos, ¡eso ya lo sabíamos! pero el carpintero sabe encontrar en cada uno importantes cualidades. Ellas son las que nos hacen valiosos. Recurriendo alternativamente a estas capacidades de cada uno de nosotros se pueden hacer grandes cosas”.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba solidez, la lija limaba asperezas, el metro era preciso y exacto, el serrucho... Se sintieron un equipo capaz de aceptar los más hermosos retos y sus diferencias pasaron a segundo plano gracias al silencioso esfuerzo del buen carpintero.
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