La
fe es fundamentalmente experiencia personal de encuentro, es decisión de
seguimiento de Alguien vivo, Jesús Resucitado. Experiencia imperfecta,
salpicada muchas veces por las dudas, por la debilidad, por el miedo, pero
experiencia de gozo y de alegría, experiencia compartida y que va transformando
la vida.
Y como toda experiencia de encuentro personal, afecta
a todas las dimensiones de quien lo vive. Por eso la fe implica todas las
dimensiones de la persona: implica nuestro razonamiento, nuestra inteligencia,
que busca siempre la forma de entender y poder expresar lo que uno vive con
fuerza; implica nuestro sentimiento, nuestro afecto, nuestro corazón, sin lo
cual ninguna experiencia puede ser definida como auténticamente humana; implica
por supuesto nuestra voluntad, nuestra capacidad de decisión y de actuación,
que se ven transformadas por el encuentro con el Se-ñor que nos invita a
cambiar nuestras vidas y nuestro mundo. Porque es, y debemos insistir en ello,
una vivencia que abarca a toda la persona, con todo lo que somos.
La fe no es algo que se pueda demostrar,
que se base en seguridades científicas; tampoco se opone a lo que las ciencias
van descubriendo sobre el hombre y el mundo. Se sitúa en el terreno de las experiencias
de vida; es una experiencia misteriosa, pero real.
No es algo de la imaginación (aunque la
imaginación, como dimensión presente en la persona humana, también se ve
implicada); es encuentro con una persona real y viva, que se entrega a
sí misma, y que tiene mucho que comunicar. Lleva consigo diálogo, cercanía,
confianza, entrega mutua. Y nos lleva a unir nuestra vida a la de Dios.
Ha
de darse por nuestra parte un esfuerzo de revisión y de profundización para ver
si nuestra fe está siendo ese encuentro personal, esa decisión por seguir a
Jesús. Hemos de tomar por referencia los verdaderos encuentros de los
discípulos con Cristo Resucitado, y la forma en que los primeros cristianos
experimentaron la fe a través del anuncio y testimonio de los Apóstoles.
Descubrir la experiencia que Cristo provocó en ellos a través de su Espíritu, y
estar abiertos a esa misma experiencia, confiando en que Él ponga de su parte
lo que a nosotros nos resulta a veces tan difícil ("Creo, pero ayuda mi
poca fe" -Mc. 9, 24-).
Nuestro encuentro con Jesús, encuentro real, no
es como la experiencia que tuvieron los Apóstoles, experiencia de encuentro
directo, de ver al Resucitado. Nuestra experiencia se sirve de unas
mediaciones, es decir, unos medios por los que Cristo se nos hace presente,
sale al encuentro de nuestra vida.
Hemos de ver cuáles son esas mediaciones que necesitamos
para que nuestra experiencia sea auténticamente cristiana: La Palabra de Dios,
leída y vivida desde nuestras circunstancias y compartida con los demás; la
experiencia de pertenecer a la
Iglesia como comunidad que vive la presencia de Jesús
Resucitado; la celebración de la fe en el seno de la comunidad
(Eucaristía, Reconciliación...); la presencia de Jesús en las personas,
y sobre todo en los que sufren, los pobres; su presencia en los acontecimientos
que hacen crecer la justicia, la solidaridad, el amor y el
res-peto a los derechos y los valores de todas las personas en
nuestro mundo....
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